Crónica 1


2004, ya la vídeo-conferencia era una tecnología presente y activa. En Ecuador, este servicio se ofrecía como premio de un banco, a condición de que los premiados hubieran antes recibido sus remesas a través de esta institución financiera. Se revolucionaba la forma de comunicarse y relacionarse de aquellos más de dos millones de ecuatorianos y ecuatorianas, individuos y familias, que tuvieron que separarse en medio del desastre económico ocasionado por el desmoronamiento financiero de entre milenios.

En Azuay, provincia ecuatoriana históricamente migrante, Ordóñez posa su atención en estas relaciones transnacionales mediadas por las tecnologías; pero ¿qué había antes? Cartas escritas por supuesto, fotografías dedicadas, postales, correo electrónico, teléfono y videocartas. Videocartas que las familias grababan para su pariente contándole cómo seguía la vida por estas tierras, y viceversa. Videocartas que habían empujado el arribo de la tecnología de videocámaras en los 80, y aún el Super8 en los 70. Videocartas que a partir de entonces se convertirían en un tema y experiencia de estudio para el artista.




Una videocarta, un vídeo, un “cartucho de tiempo” que registra luz, sonido, temporalidad, y una serie de acontecimientos -registro de la experiencia- que abarca todo lo -in- imaginable: bodas, bautizos, navidades y carnavales; paseos, el picnic, insignes edificios, el zoológico, la casa, la escuela o la iglesia; la playa, el invierno y la nieve; declaraciones de amor, noticias, reclamos, indicaciones y órdenes; viajes, la familia, los amigos, una minga, las fiestas patrias celebradas en Nueva York y cientos de historias y motivos más. Videos que mediados por el hecho de que al momento de ser grabados tienen ya destinatarios fijos, uno o más entre los seres queridos, proponen una codificación que responde a esa característica; nos referimos a unos planos, unos movimientos, unas temáticas, unos tiempos que constituyen el lenguaje que la persona o personas que graban una videocarta elegirán para comunicarse con aquella mamá, papá, hermanos, amigos, primos, esposos o hijos, a la distancia.

Es decir, la razón de ser de las videocartas es aquello que, a la vez, las unifica, convirtiéndolas en un género dentro del llamado cine y video casero. No es igual un video-mensaje que alguien cuelga en Internet, para el espacio público; que las videocartas apelando a la intimidad, la cotidianidad, lo familiar, como causes contenedores de estos mensajes que se disponen a romper la distancia.

Nos hallamos ante una dimensión de la realidad que se cola a través de interesantes apartados de la memoria que podrían aportar en la reconfiguración de la imagen y conceptos de “lo migrante”.












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